28 de noviembre de 2008

Dàniel

Él vestía como si la ropa no importase. Cualquiera hubiera opinado que iba terriblemente elegante, demasiado tal vez para esa hora de la mañana. Hacía frío y se había arropado a conciencia. El abrigo oscuro acentuaba la claridad de su rostro, la única parte visible de su piel. Los guantes de cuero negro haciendo juego con el pelo, ensayadamente revuelto, le conferían un aire atractivo, decadente. Y su mirada, iluminada por una luz confusa e inusual, era de las que hacen ruborizarse. Pero esas cuestiones, para él banales, no tenían hueco en su pensamiento, ocupado enteramente en el motivo de su paseo hasta la cafetería. Sus firmes pasos sobre la acera dejaban huellas limpias sobre el manto blanco que durante la noche había cubierto las calles. Mientras caminaba con cuidado para no resbalar pensó que esa nieve debía ser una buena señal. Hacía siglos que no caía una buena, y ésta desde luego era muy buena. Sí, sin duda sería un día de suerte. Mentalmente repasaba lo que iba a decir, como iba a mostrarse. Dar una impresión de persona en la que se puede confiar era primordial. No es que él no lo fuera, pero uno nunca sabe si le van a interpretar bien, debía tener cuidado con sus palabras y movimientos.

La deseaba, de una forma de momento inexplicable, sintiendo que su encuentro debió ser casi una conjunción planetaria. Cuando sus ojos se enfrentaron por primera vez tras el escaparate ahumado, hacía ya una semana, vio en su carita angulosa sentimientos encontrados, aburrimiento, soledad, independencia. No pudo dejar de mirarla una vez dentro. Poco le importó parecer maleducado. Una fuerza irresistible lo apremiaba, alimentada por las inequívocas muestras de empatía entre los dos los días sucesivos. Comprarla casi le repugnaba, pero no se le ocurría otra manera ¿Qué podía hacer? En esta ciudad deshumanizada y cruel todo tenía un precio y el tráfico de seres estaba a la orden del día. Nadie hubiera entendido que se marcharan juntos sin más, así, sólo porque se encontraban bien en compañía mutua, sólo porque se necesitaban. No tenía otra opción. Pero esta mañana todo acabaría, se la llevaría muy lejos de ese antro donde nadie la apreciaba. Empezó tímidamente a nevar de nuevo y Dàniel miró al cielo divertido. Era la gata más maravillosa del mundo y no estaba dispuesto a aceptar una negativa del dueño del bar.


Este relato continua en la entrada Thai.

7 comentarios:

  1. :) Q lindo amor! Me apunto para convencer al dueño del bar, espero que no le rompamos el corazón a él...

    Ya estoy aqui, q pequeñas se hicieron las vacacionesm jo!

    Muuuuuuuuac

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  2. Muchas gracias Nausicaa, le convencí fácilmente, fue con una bonita suma, pero ella lo vale de sobra. Al dueño le importaba un carajo, así que estará bien.
    Bienvenida al trabajo tíamorro :P

    Dàniel.

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  3. Me creerías si te digo que me sentí identificado??ya me estaba enamorando de esa belleza cuando me entero que es una gatita, me enamoro otra ves, my tierno, un besote.
    PD:En Dakotalandia te explico porque pensaba en que pensarías acerca de mis dibujitos, (que trabalenguas)Un besote DÁNIEL.

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  4. Espero que fuese el gato del jefe de "Spectra"

    Excelente historia de amor...

    Un beso

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  5. Mmm, Daniel, tú también te sentiste identificado, je ;)

    Gracias Búho. Tu guiño a la serie de Fleming lo he entendido con ayuda porque me temo que no me ha interesado hasta que lo han redibujado al personaje de Bond y se ha reencarnado en Daniel Craig. Una pequeña debilidad que confieso aquí ;)

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  6. Hola cariño Cyllan. hoy por fin me paso ya está bien, a leer tus cosas bonitas. es una hostoria con truco!! y me ha encantado de cabo a rabo este hombre que te has inventado mmmmh, si todos fueran así
    Las fotos de la ciudad in-cre-i-bles!!
    Muchos besos desde el campo ;-)

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  7. Luce en el campo jee.
    Esta ciudad es la tuya también eh? Que lo dices como si no lo fuera, turra.
    ¿Te gusta Dàniel?... Sobre el papel es fácil dibujar perfecciones.
    Un abrazo.

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