Relato (Continuación de una entrada anterior) Oportunidad (1)
Sam se encontraba decidiendo si era ya el momento de volver a casa, cuando empezaron a caer las primeras gotas. Pensó en su mujer un momento, no le había avisado a que hora volvería y ya era la una de la madrugada, aunque en realidad sus horarios a la fuerza siempre habían sido muy variables y ella estaba acostumbrada después de 25 años de aguantar los casos más variopintos. Él no solía hablarle de ellos, no parecían interesarle en absoluto, en cosas como por ejemplo el color del que sería el nuevo visillo para la salita de estar, ocupaba todo su tiempo libre. Pero este caso era distinto, aunque en esencia fuera como tantos otros, datos, horas, fotografías, notas, para él era distinto, le había hablado a su mujer de las dos chicas que ahora se asomaban al porche, ni siquiera sabía la razón.
La lluvia arreciaba, eso era lo que las había hecho salir, parecían divertidas, incluso los gatos salieron despacio. Como si la sola lluvia fuera una fiesta, oculto para él su motivo, el detective las vio besarse bajo el porche. Le llamó la atención esa conducta, podía aventurar muy bien que hacían dentro de la casa, pero esas muestras de afecto donde los vecinos podían verlas le resultaron nuevas y sorprendentes. Maldijo en silencio por la oscuridad que le impedía usar la cámara, imposible tomar una instantánea en esas condiciones. La lluvia continuaba, con algún relámpago, cuando sonó un teléfono adentro. Mientras Hera entraba, Laura cogió a uno de los gatos saliendo con él para mojarse un poco. Su cabello corto y siempre revuelto, húmedo a la luz de las farolas brillaba más negro de lo normal. Reía feliz continuando esa fiesta del agua, a la mascota no le importaba mojarse al parecer, y cuando la llamada concluyó ambas se sentaron en el suelo abrazadas.
Entonces ocurrió, el chaparrón cesó y el silencio que imperó en la calle hizo que pudiera llegar hasta él la conversación que las dos mujeres mantenían. Sus voces se mezclaban con las últimas gotas que rezagadas escurrían por los aleros hasta los canalones. Y allí, un investigador serio se sintió culpable de escucharlas, acostumbrado a robar para otros hasta el menor retazo de intimidad de las personas, Samuel se sintió mal, incómodo quizá por vez primera en su carrera. Y conforme pasaba el tiempo con ellas se empezó a dar cuenta de que no siempre es posible mantenerse al margen, no siempre la profesionalidad y un título te dan esa licencia para robar y no pensar, no ahora.
Algún vecino se asomaba a la ventana, y al verlas, se quedaba algo pensativo para luego enseguida volver a bajar la persiana. Intentó interpretar, sin éxito, lo que se les pasaba por la cabeza al ver a su conocida vecina con otra mujer, ¿pensarían lo mismo que él, que era hermoso? La escena era tan conmovedora que quiso estar fuera del sedan, por momentos se le quedaba pequeño y opresivo, tenía la boca seca y la espantosa sensación de que todo se le quedaba pequeño. Era hermoso que estuvieran en el suelo como si fuera el sillón más cómodo del mundo, que se estrecharan, que se besaran, era hermoso incluso que hablaran de perros que muerden la lluvia. Percibió que lo que menos importaba era lo que estuvieran haciendo, cualquier actividad le resultaría igual de maravillosa. Por su edad podrían ser sus hijas, esas hijas que nunca había tenido. Eso le hizo volver a recordar a su mujer; era una buena persona, en toda la extensión de la palabra, le había entendido, le había tratado bien todos estos años de matrimonio. Los chicos ya estaban mayores, dejaron pronto el nido y empezaban a construir su vida. A Sam se le hizo un nudo en el estómago al pretender recordar cuando había sentido él mismo eso que ellas estaban sintiendo esta noche. Callaban ahora. Las manos de Hera revolviendo aún más el pelo negro, su mirada ansiosa, la boca de Laura perdiéndose en esas dulces curvas. La nostalgia le inundó pillándole desprevenido, le dio de lleno.
Apenas podía recordar el cuerpo y la cara de Eva, pero se la imaginaba como a esa mujer que estaba espiando indirectamente, sus movimientos le recordaban muchísimo a ella y su cabello largo y rubio debió ser así. Se preguntó si seguiría siendo así de hermosa, si los años habrían podido ganarla, si habría encontrado la forma, como él la encontró en su trabajo y su familia, de olvidarle. De pronto estaba enfadado consigo mismo, ¿por qué hacía tanto calor allí dentro? Secó su frente con un pañuelo blanco con las iniciales S. G., seguidamente sacó un paquete arrugado de cigarrillos de la guantera y encendió uno nervioso. No se paró a pensar en que llevaba un mes sin probarlos, toda una marca personal para él, ni tampoco en que el humo podría descubrir su presencia en el coche. En cambio sí reparó en miles de cosas que en tanto tiempo no se había atrevido ni a pensar, escondidas como estaban en algún trozo de su corazón, ese trozo que no volvió a usar desde que se despidió de aquella mujer una mañana gris de septiembre. Hacía ya 20 años que pasó esa oportunidad.
Hera y Laura no podían ver el humo del cigarrillo, su valiente mundo disfrutaba de unas horas de descanso y no las pensaban desperdiciar. Penetraron en las sombras de la casa cogidas de la mano, entre risas, cerrando, esta vez sí, la puerta tras ellas. Sólo quedó esa pequeña ventana que daba rienda suelta a los gatitos para entrar o salir al jardín. El hombre, más tranquilo ya, contempló durante unos minutos encenderse y apagarse algunas luces aquí y allá, en la planta baja y luego en la primera; hasta que todo quedó a oscuras y comprendió que, al igual que el resto de los vecinos, sus chicas se habían ido a la cama. Después de un buen rato pensó que no había mucho más que hacer allí, cuando se entreabrió la puerta del balcón de lo que calculaba debía ser el dormitorio principal. -Vaya, no soy el único que sufre el calor, se dijo. Respiraciones agitadas escaparon entonces a la calle y escuchó sonidos familiares que no quería oír, decidió que ya había tenido suficiente. Así que le dio con rabia a la llave de contacto y el rasposo motor respondió al instante. Dio la vuelta a la manzana y se quedó en la calle a la que daba la fachada testera de la vivienda, estuvo observándola, no podía dejar de hacerlo. Y no quería irse a su hogar, hizo una mueca de profundo cansancio al pensar en esa palabra, no quería llamarlo así. Lo que él deseaba en ese momento con todas sus fuerzas no era realizable sino por alguien que hubiera podido detener y dar marcha atrás en el tiempo. Desenroscó lentamente el tapón de su petaca marrón, tan marrón como el líquido caliente que contenía y se dejó llevar por sus dolorosos recuerdos.
Continuará.
Sabes... ya no puedo leer tu historia sin acompañarla de esa bella canción qye ya tengo entre mis baladas más queridas.
ResponderEliminarSam vive su rutina diaria, su vida sin esa chispa de pasión y amor que solo se siente cuando en la vida es todavía primavera. Pobre Sam, dejo pasar el amor...el de Eva, y como dice la canción después de ella ya nunca pudo ser quien era.
Y por eso siente esos escrúpulos, es como manchar un amor puro... y quizá algo de envidia porque el ya es incapaz de sentir así.
Ay Cyllan... me has atrapado. Y ahora me siento junto al tiempo hasta que decidas volver y continuar tu relato.
Es que la canción parece compuesta para mi historia, je. Y sí, pobre Sam. Me cae bien el bueno de Samy.
ResponderEliminarGracias por tus acertadas palabras, las aprecio de veras. Tranquila que no esperarás mucho junto al tiempo.
Me gusta cómo va desarrollándose la historia. Uno puede sentir las gotas de lluvia primero, y la humedad evaporándose en la calle casi desierta, después. Veo la esena como si de una película se tratara.
ResponderEliminarHe leído tu crítica sobre El sueño de Cassandra y estoy contigo: ya quisieran muchos.
A mí El Orfanato sí me gustó un poco más que a ti. No es perfecta y es verdad que tiene algunos cabos sueltos, pero qué película no los tiene. De la crítica española no hablo, que acabo en la cárcel.
Esperamos con impaciencia la tercera parte de la historia.
Hey señor fotógrafo hola. Lo de la película me lo han dicho más veces y es verdad que así es como intenté contarlo yo. Sam con el pitillo colgando a un lado de los labios, su sombrero y gabardina me recuerda a los personajes que interpretaba Bogart en los años 40. Sólo que un poco más rellenito, je.
ResponderEliminarJolines, es que yo el orfanato la veo con tantas "fuentes" que me marea la mezcla que ha hecho ahí. Yo que sé no le vi personalidad a esa dirección.
Besitos.
He leído tus críticas de cine y, aunque con algunas no estoy de acuerdo, me ha encantado cómo lo cuentas. Sin darte bombo, con naturalidad, con simpatía: ha sido un placer leerte.
ResponderEliminarEntretanto, a ver qué pasa con el amigo Sam. No nos hagas esperar mucho, anda.
Un abrazo.
Y hola maquinista ;)
ResponderEliminarLlamar críticas de cine a esos pequeños comentarios que pongo a la derecha es mucho llamar ¿no crees? jajaja. Pero es que disfruto muchisimo del cine como forma de expresión y de arte, por eso algo quiero decir siempre de lo que veo.
A ti también es un placer leerte, aunque me descolocaste con tu invierno.
¿El amigo Sam? Je :)
Otro abrazo de vuelta.
Me encanta. No sé qué más decir... me encanta y estoy deseando leer lo siguiente.
ResponderEliminarUn besazo.
Un beso señora Luna Llena ;)
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